sábado, febrero 25, 2006

Munich

Especial

de 'El bosque' a 'Munich'

 

Hola, aloh.

Sábado por la mañana. Voy al volante por la autovía de Castelldefels, camino del frontón, cuando por la izquierda me adelanta una mancha ibizenca oscura. Me llama la atención que la matrícula posterior tenga los caracteres granulosos, borrosos. Infiero que es para que salga desenfocada en la foto del radar.

Sábado al mediodía. Recibo un e-milio de un amigo que desde su cable-modem cántabro explora el éter globlal de la llamada "red de redes", internet para los terrícolas, y me remite todo aquello que le llama la atención. Viceversa, por mi parte, también. El contenido de su correo es interesante: una imagen con un cuadro resumen de los límites de velocidad y las multas asociadas, una hoja de Excel con la localización kilométrica de los radares (toda España) y un documento Word con una descriptiva arenga, una soflama invitando a la eliminación de tan, según el autor, diabólicos dispositivos recaudatorios. El documento contenía fotos detalladas de cómo identificar y actuar sobre los radares para sabotearlos. El agujero en la capa de ozono sigue causando estragos racionales.

Sábado por la tarde. La alargada sombra del satélite se posiciona sobre mi vertical a requerimiento de mi amigo sabadellense que me llama con la acertada propuesta de ir a ver "Munich", de Steven Spielberg.

Sábado por la noche. Sentado en la butaca, una vez iniciada la proyección, la sala de cine se transmuta en una sala de control de tráfico y por pantalla van desfilando, en desmedido orden creciente de desvarío, selectas escenas captadas por las diversas cámaras de radar, apreciándose con todo lujo de diálogos, cómo se transgreden los límites de velocidad moral habidos. Y ya no digo "por haber" porque se intuye que no hay límite para los que viven la velocidad: viven deprisa, matan deprisa.

El guión Tony Kushner y Eric Roth, basado en el libro de George Jonas, es la sólida base sobre la que se erige la película. Sin embargo, sin haber leído el libro, apostaría a que el guión no se debe ajustar a la novela. Intuyo que el guión está hecho a medida de lo que Spielberg quiere contar en imágenes en el año 2005, año de elecciones presidenciales en Estados Unidos. Tras la primera andanada, "La Guerra de los Mundos", presentada el 4 de Julio, Spielberg se concentró en el rodaje de "Munich" pues la quería, y la tuvo, para el 23 de Diciembre: su particular pavo relleno de Navidad.

Sobre la base de los acontecimientos de Munich-72, punto de aceleración mediático de la causa palestino-israelí y por extensión de Oriente Próximo, Spielberg toma la cámara, aparentemente una cámara más de las muchas que cubrieron la información de los hechos pero, en contraste con la superficialidad de las cadenas televisivas supeditadas a la audiencia y a lo políticamente conveniente, la suya intenta profundizar en las circunstancias situándose, o intentándolo, en tierra de todos mientras sigue los pasos de un joven, dúctil y apasionado personaje protagonista cuyo parecido físico recuerda al de Spielberg en aquellos años. Vemos cómo palestinos e israelíes siguen las noticias por televisión y nos enteramos, igual que ellos, de la noticia oficial de que los rehenes se han salvado para, 'en off', oír cómo alguien comenta que "Habrá que avisar a los familiares". Esta idea de la 'mentira para ganar tiempo y calmar la llaga' se utilizará repetidamente durante la película de manera que cuando el protagonista, envuelto en dudas y recuperado practicante del mensaje 'Haz el amor y no la guerra', tan de la época, visualiza lo que ocurrió en el aeropuerto, las dudas, al menos las mías, se incrementan cuando se ve morir al palestino de gafas oscuras que el equipo, tras meses de trabajo y dos fallidos intentos, no ha conseguido eliminar, y el ánimo del espectador queda dispuesto para el diálogo en la escena en el parque infantil (que recuerda, si no lo es, al que aparece en una de las entregas de Terminator para describir la destrucción por hecatombre nuclear que dió origen a la trama de la serie cinematográfica), con el silencioso movimiento de cámara (para sacar las conclusiones sobran las palabras) hasta detenerse en el reconstruido digitalmente horizonte de Nueva York del año 1973: "Desde su concepción, magnificada por los medios de comunicación, véanse los hechos de Munich, la mentalidad de la ley del ojo por ojo, alimentada por el victimismo nacionalista, de unos y otros, ha llevado hasta la situación presente y ahí no va a parar". El pavo está servido, buen provecho y buena digestión.

Parece que la película no ha gustado a George Jonas, autor de 'Venganza', novela en la que se inspira el guión y ya adaptada en 1986 para televisión con el título de 'La espada de Gedeón'. Previsible. Munich no es una película superficialmente espectacular.

Tampoco ha gustado a judíos ni a palestinos. Buena señal, sólo faltaría.

Munich es una inmersión en la penumbra mental de quienes justifican la transgresión de los límites morales básicos de la convivencia, de quienes habiendo cometido una infracción no sólo la justifican sino que se presentan como víctimas. Un oscuro mundo en el que los heridos sentimientos nacionalistas buscan en un mafioso mercado la información que, al precio de la tarifa habitual y con el correspondiente recibo justificativo del gasto, conducirá a la puesta en órbita de quien ha estado hablando contigo hace unos minutos en el balcón del hotel o al clásico despliegue nocturno con patada en la puerta y eliminación sistemática de todos aquellos (sin descuento por número, cada uno según la tarifa habitual) que encajan con la foto que se lleva sujeta en la mira del fusil. Acciones planteadas como de extirpación quirúrgica de tumores tildados de cancerosos pero que acaban propiciando la multiplicación de cepas más virulentas que las eliminadas. Y cuando el desarrollo de la misión mina las convicciones, la rabia cede paso a la duda y la ciega pasión pide pruebas visibles. ¿Tarde, quizá?.

Munich combina en un nítido cinemascope la narración del 'thriller', del cine de espionaje, del melodrama, del documental y del cine político revulsivo. Hay las suficientes muertes como para poder dedicarles estilos específicos sin repetirse ni cansar al espectador. La cámara se sitúa en los puntos estratégicos del clímax para levantar acta notarial de los hechos, se mueve por lugares comunes como mudo observador de los acontecimientos y se balancea por los espejos retrovisores acrecentando las reflexiones y los reflejos para así potenciar el espíritu de "mirón", de 'voyeur', del espectador. Un mecanismo de relojería narrativa, arropado por una cuidada y camaleónica fotografía, que explota en el silencioso movimiento de cámara del final, sugiriendo tras de si que la rabiosa terna nacionalismo, victimismo, terrorismo se complementa políticamente con cinismo.

Can't you see
It all make perfect sense
Expressed in dollars and cents
Pounds shillings and pence
Can't you see
It all make perfect sense
¿No ves
que todo tiene su razón de ser?
Lo digas en dólares y centavos,
lo digas en libras, chelines y peniques.
¿No ves
que todo tiene su razón de ser?
  Fragmento de 'Perfect sense' ("Amused to death", Roger Waters, 1992)

Un saludo desde el teclado.

sábado, febrero 11, 2006

Caché (Escondido)

Hola, aloh.
 

'Ojos que no ven, corazón que no siente'. Antes de la era audivisual, el mundo no estaba mejor que ahora, pero se sabía menos. No saber es como no ver y ello descarga de culpa. Ahora, con el despliegue de imágenes violentas que nos ofrece la televisión, nuestro sentimiento de culpa crece y aunque la realidad que nos ofrecen dichas imágenes es una realidad manipulada, por estar captadas en ambientes que no nos son familiares, la aceptamos como tal dado que estamos sumergidos en la cultura de la culpa. Como muestra un botón: 'Caché (Escondido)' de Michael Haneke.

El cine es el arte de la manipulación y no hemos de olvidarlo quienes nos situamos delante de una pantalla o quienes se ponen tras de una cámara. Michael Haneke lo tiene bien presente y procura que sus películas sugieran una duda, razonable, de la realidad que se muestra en la pantalla. Su segunda naturaleza, confiesa, es 'ver lo que no funciona' y afirma que el papel del cineasta es 'rascar donde duele, desvelar lo que no se quiere saber ni ver'.

Todos tenemos cosas que ocultar, manchas oscuras en nuestro pasado. Bueno, si no todos, al menos yo. Michael Haneke opina parecido: 'cada país tiene manchas oscuras, períodos en los que la culpabilidad individual entra en consonancia con la culpabilidad colectiva'.

Dentro del terreno de juego de la concepción judeocristiana de la vida, la culpa no está sola, la acompaña el miedo a perder. Haneke extiende sobre la pantalla la tesis de que cuando una familia (símbolo de la estabilidad, la voluntad y la satisfacción de construir) se siente amenazada también es capaz de agredir (el miedo a perderlo todo, o una parte, tiene un papel protagonista en nuestra sociedad). "Haríamos cualquier cosa por no perder nada", es una de las frases que se oyen en 'Caché'.

La persecución anónima que sufre el protagonista de 'Caché' es terriblemente cruel: un indicativo de que tras ella no hay complejo de culpa ni consideración de algo que perder, ergo, quien la aplica se ha encontrado con el camino trillado y el grano almacenado.

Haneke toma una familia burguesa tipo, la pone en la bandeja de la pantalla, efectúa unos leves cortes en la piel de los personajes y procede a la inmisericorde aplicación de sal y limón sobre las incisiones realizadas. Luego, con irredimible calma, procede a un parsimonioso horneado a fuego lento para que personajes y público se cuezan en su propio jugo. Un juego sencillo pero desasosegante.

El espectador no puede permanecer pasivo ante lo que está viendo: si su objetivo es sentarse, desconectar y dejar que la pantalla le masajee la retina, se ha equivocado de película ya que desde la primera toma fija hasta la última hay que estar ojo avizor y oído desplegado, cual avezado cazador, para captar los matices que dan lustre al oculto móvil de la historia ('el diablo se esconde en los detalles' y 'el lugar más seguro para un conejo es bajo la barriga del cazador' serían dos dichos populares que ayudarían a desentrañar el misterio de los videos anónimos). La trama se va construyendo a base de imágenes reales que se confunden con las imágenes de los videos que recibe el matrimonio protagonista. ¿Qué es tiempo real y qué es tiempo diferido?. ¿Qué es real y qué es ficción?. Poco importa, todo suma para desvelar los prejuicios que laten escondidos dentro y fuera, nuestro, en casa, en la calle. Y para realzar el efecto, se deleita en obsequiarnos con largas tomas fijas en las que la cámara queda quieta, posiblemente pasmada por lo que está aconteciendo, mientras el entorno capaz de hacerlo se mueve.

Hay quienes son increpados e insultados, más por ser de color que por ir en contra dirección.

Hay quienes son detenidos expeditivamente ante una sospecha razonable pero que luego no reciben ninguna disculpa cuando se ha comprobado que la supuesta sospecha razonable tan sólo era una sospechosa coincidencia racial.

Hay cabrones ocultos que se toman dos pastillas, cierran las cortinas y se acuestan a la espera de que amaine el temporal que ellos mismos han desencadenado con su huida.

Hay cabrones ocultos que se reúnen y hablan en las escaleras del instituto como si con ellos no fuese nada.

En 'Caché' se oculta una pausada historia de violencia, una violencia que aflora como consecuencia de salir por la tele y de vivir en mundos aparte a pesar de habitar en la misma casa o en la misma población. De nuevo, un aviso ante los posibles pasados que se arremolinan a nuestras espaldas.

Haneke y 'Caché', 'chapeau' y 'touché'.

Un saludo desde el teclado.

sábado, febrero 04, 2006

Memorias de una geisha

Hola, aloh.
 

 

Prólogo

Final de mes. Primer tercio del período de prueba transcurrido. Trabajo atractivo y divertido, desde mi punto de vista, claro está. Nómina ingresada puntualmente.

Sin embargo, junto con la nómina ha llegado la tarjeta de fichar.

Con todo deseo viene una maldición.

 

 

Capítulo I: Viernes tarde y la valla Gracias a la disponibilidad de tiempo que ahora disfruto me personé el viernes a las 5 de la tarde en mi cine preferido. No había sesión ese día pero en cambio había rodaje. Mi amigo guionista había elegido la taquilla como localización para una escena de treinta segundos del largo en el que se halla embarcado.

Una hora más tarde no había aparecido nadie. Sin embargo, la valla que abarcaba toda la fachada del local, delimitada por dos decorativas señales de prohibido aparcar en horario de cine, me indicaba que aún no había llegado el equipo de rodaje: el espacio reservado para aparcamiento estaba expedito.

En el paseo central de la avenida, justo enfrente de la puerta de entrada, había una bohemia pareja de jóvenes que me dieron la pinta de ser del equipo de rodaje. Así pues, me dispuse a esperar acontecimientos.

La estrella del momento era el letrero, sujeto en la mitad del vallado, que informaba del motivo de la reserva de espacio. Muchos viandantes se acercaron hasta el letrero sólo para leer su contenido. Constatación del denominado porterismo de a pie.

Capítulo II: Viernes tarde y no he sido yo Ya pasaban de las 6 de la tarde cuando, desde el paseo central (me había cambiado de sitio para ir variando de posición), vi al jefe disponiéndose a entrar en el local. Le hice señas, me esperó y entramos juntos.

Me puso en antecedentes: llegarían en pocos minutos, se habían retrasado porque habían estado filmando una escena que había quedado ligeramente movida.

Mientras un guardia urbano recetaba un refresco del código de circulación a un vehículo aparcado sobre la acera, le comenté al jefe el éxito de la valla con los peatones.

"Ha tenido una buena ocurrencia al reservar la zona para los vehículos del equipo de rodaje", dije.

"No he sido yo. Ha sido la pareja de jóvenes de aquel banco. Esta mañana, bien temprano, ya estaban ahí con los arreos para ir vallando la zona conforme los coches se iban yendo. También se encargan de enseñar la autorización caso de ser requerida por la guardia urbana", completó.

Enfrente nuestro, el chico y la chica se contorsionaban para desentumecerse.

Sin necesidad de permisos, el frío también estaba instalado en la zona.

Capítulo III: Viernes tarde y las dos taquilleras Visto y no visto, llegó todo el mundo. Los técnicos de producción tomaban distancias, marcaban posiciones, medían la luz ambiente y verificaban que la escena se ajustase a lo indicado en el plan de rodaje. La taquilla fue adaptaba para la filmación. Un foco ocupó el sitio ante la segunda ventanilla. El armario de los carteles cedió su sitio a la cámara. La actriz que hacía de taquillera ocupó el sitio de mi taquillera favorita.

Mi amigo guionista también bebe vientos por mi taquillera favorita (no obstante, hay buen rollo entre nosotros tres) de ahí que no sólo intercalase el personaje en la película sino que negociase con el jefe para que la taquilla fuese precisamente la suya: no sólo quería captar con la cámara el espíritu del yo sino también el ambiente de las circunstancias.

Sin embargo, el cine es ficción y de mi abnegada taquillera favorita tan sólo estará la esencia: ni la actriz se le parece (bien quisiera ella), ni la situación se corresponde con ninguno de los momentos que hemos vivido.

Capítulo IV: Viernes tarde y el rodaje En cuestión de minutos me vi emparejado con una buena amiga de mi taquillera favorita (ella no quiso entrar al cameo que le fue ofrecido por el director) como extra con una cuba de palomitas en el regazo mientras hacíamos cola ante la ventanilla para comprar la entrada. Nuestro papel: llenar el campo de visión de la cámara. Toda una responsabilidad pues sólo faltaba que tuvieran que repetir la toma por causa nuestra.

Nos indicaron dónde ponernos, cómo comportarnos y qué decir al llegar a la ventanilla. También nos rellenaron el barreño de palomitas un par de veces dado que durante las pausas entre ensayos íbamos comiendo sin parar y el nivel quedaba fuera del campo de visión de la cámara. No es muy normal acercarse a comprar la entrada con las palomitas en el regazo pero ahora con la ley anti-tabaco en vigencia hay que matar los nervios de la espera de alguna manera y ésta es una muy nutritiva.

Capítulo V: Viernes tarde y los espontáneos En tres ocasiones entró gente de la calle hasta la ventanilla, colándose además de quienes estábamos en cola, para preguntarle a la taquillera de ficción, en pleno maquillaje o ensayo, los horarios de la última sesión del día.

Finalmente, en los momentos de rodaje, alguien del equipo se apalancó en la puerta para conjurar la entrada de los despistados espontáneos que no se fijaban en los grandes letreros que anunciaban el programa para el sábado y domingo.

Por mi parte, pie izquierdo sobre la marca que me habían fijado para mi posición, aproveché para deleitarme en la observación del fascinante conjunto de cuatro carteles que ocupaban las dos puertas que tenía ante mi: un póquer de enigmáticos blancos rostros que me observaban con unos turbadores ojos azules desde los transparentados carteles de 'Memorias de una geisha', de Rob Marshall.

Capítulo VI: Sábado noche y una duda razonable Sólo pude decir hola. Luego me aparté para permitir que mi taquillera favorita atendiese a quienes solicitaban entrada para la próxima sesión y así estuve hasta que, media hora más tarde, subí hacia el anfiteatro.

Con 145 minutos de duración, la película acababa a la hora habitual de comienzo de la sesión de noche. Entre los que salían, los que esperaban para entrar y los que querían comprar la entrada se montó un verdadero atasco. Mi taquillera favorita estaba en su salsa y no dudó en abrir la segunda ventanilla para que la amiga que estaba con ella en la taquilla le echara una mano en el despacho de entradas. De no ser por esta colaboración me parece que la sesión habría empezado con gente aún en cola ante la taquilla.

Me asaltó la duda sobre si tanta concurrencia había sido fruto del boca-oreja de quienes el día anterior habían visto el equipo de fimación en el cine. ¿La gente venía para ver la película o para ver si aún estaba el equipo de rodaje?.

Capítulo VII: Sábado noche y las memorias de una geisha En un principio, rendido ante el encanto de la novela de Arthur Golden en la que se basa la película, Steven Spielberg iba a ser el director. Suya es la siguiente declaración: "Desde el punto de vista cultural, era una de las historias más fascinantes con las que me había encontrado. Me conmovió enormemente la historia de amor, la rivalidad entre Sayuri y Hatsumono y la prueba de amistad entre el Presidente y Nobu. Pensé que los espectadores de todos los rincones del mundo quedarían fascinados porque no se trata simplemente de una leyenda japonesa sino de una historia que puede llegar a los espectadores de cualquier nacionalidad. Por lo menos, a mí me llegó".

Rob Marshall tomó el testigo de Spielberg y, supongo, también aplicó las pautas marcadas en su declaración (las palabras subrayadas en la cita). Resultado: un producto 'Made in Hollywood' que ha tomado el exotismo de la sociedad japonesa y ha aplicado la mejor fotografía a la nieve, los jardines y los nenúfares para obtener un espectáculo suntuoso, enkimonado, aterciopelado y, a ratos, folletinesco; con una banda sonora que embriaga los tímpanos con un lirismo multicultural (global, también se dice mucho ahora) , con algunos pasajes visualmente emotivos (por ejemplo, la escena de las lavadoras de kimonos) pero que deja en el limbo la esencia de las raíces culturales de la sociedad japonesa y el calvario que sufre la protagonista. ¿Quien está por el sufrimiento o las pasiones de los personajes cuando la imagen (paisaje, vestuario, lluvia, maquillaje) es tan bonita?.

Capítulo VIII: Sábado noche y el recuerdo de la infancia Mi taquillera y su amiga estaban sentadas a mi derecha. Tuve "¡oh, qué bonito!", para dar y regalar, aunque la mayoría los intercambiaron entre ellas; supongo que porque me consideraron (y, posiblemente, consideran) insensible a lo visualmente bello (no seré yo quien las saque de su pre-juicio; siempre va bien tener un as en la manga).

Particularmente me gustó más la etapa de la infancia (es casi un documental de lo universalmente adverso que resulta para un niño, en este caso niña, sobrevivir en el interesado mundo de los adultos) que la etapa adulta (no encontré ningún primer plano de Sayuri que me resultase más sugerente que la imagen del cartel; mal rollo para una película cuando los fotogramas no pueden superar a una imagen fija).

Capítulo IX: Sábado noche y los revuelos por carencia Parece ser que ha habido revuelo por el 'empleo' de actrices chinas encarnando a personajes japoneses. Por un lado, China y Japón no han sido unos vecinos bien avenidos, se han llevado como el perro y el gato, ahí están las actas levantadas por la historia. Puede que para Occidente, sobre todo el de la hamburguesa y el refresco, un chino y un japonés se parezcan pero ¿cómo veríamos una obra en la que un gato hace de perro o viceversa?.

Sin embargo, no es cuestión de considerar que al espectador (más al oriental que al occidental) se nos está dando gato por liebre (o pera por manzana, frutas también muy en boca ultimamente). El cine, la ficción cinematográfica, debiera estar por encima de la base real porque la imaginación ha de despegar de la pista de la realidad sin el lastre del pasado y conseguir superar las turbulencias que se generan cuando coinciden en el tiempo y en el espacio los intereses creados (sociales, políticos o religiosos --capaces ellos de organizar un revuelo mediático a meses pasados--) con las carencias culturales (generadoras de rebaños de ovejas a merced de los perros y de las tres clases de cerdos --incomprendida clasificación musical que aún se mantiene vigente en mi memoria desde que en 1977 Pink Floyd publicó su 'Animals'--).

Epílogo Mañana de sábado en el frontón. Coincidimos en el aparcamiento los dos amigos que ultimamente, por cuestiones de trabajo de los otros dos ausentes (uno embarcado en el rodaje de un largo y otro liado con el cambio de vivienda), asistimos. Siendo dos, jugamos tres porque el hijo mayor de mi amigo, joven adolescente, le ha encontrado esencia al frontón y viene siempre que el calendario de baloncesto se lo permite.

"Ayer hubo rodaje en mi cine preferido", comenté tras saludarnos.

"Lo sabía pero no pude asistir porque estuve fuera y volví poco antes de la medianoche", respondió mi amigo.

"Sin comerlo ni beberlo, acabé de extra... haciendo de cola ante la taquilla", complementé.

"¿Y te pagaron algo?", atajó su hijo.

"Un cubo de palomitas; en su punto además", maticé no sin percatarme que, mentalmente, primero buscó la equivalencia en euros de mi 'cobro en especie', para a continuación dictaminar interiormente que era muy poco dinero para las dos horas largas invertidas en el rodaje de los casi treinta segundos de la escena.

Nuevos tiempos, nuevos valores.

Días antes, una vecina me había comentado que cuando le preguntó a su nieta, adolescente con DNI reciente, que porqué no estaba ayudando a sus padres en el puesto de congelados de su tía (como la tía estaba en el hospital acompañando a la abuela, los padres se habían repartido entre su parada y la de la tía), su respuesta había sido: "Ni hablar, no me iban a pagar".

Nuevas generaciones, nuevas memorias.

 

Un saludo desde el teclado.