Sábado por la mañana. Voy al volante por la autovía de Castelldefels, camino del frontón, cuando por la izquierda me adelanta una mancha ibizenca oscura. Me llama la atención que la matrícula posterior tenga los caracteres granulosos, borrosos. Infiero que es para que salga desenfocada en la foto del radar.
Sábado al mediodía. Recibo un e-milio de un amigo que desde su cable-modem cántabro explora el éter globlal de la llamada "red de redes", internet para los terrícolas, y me remite todo aquello que le llama la atención. Viceversa, por mi parte, también. El contenido de su correo es interesante: una imagen con un cuadro resumen de los límites de velocidad y las multas asociadas, una hoja de Excel con la localización kilométrica de los radares (toda España) y un documento Word con una descriptiva arenga, una soflama invitando a la eliminación de tan, según el autor, diabólicos dispositivos recaudatorios. El documento contenía fotos detalladas de cómo identificar y actuar sobre los radares para sabotearlos. El agujero en la capa de ozono sigue causando estragos racionales.
Sábado por la tarde. La alargada sombra del satélite se posiciona sobre mi vertical a requerimiento de mi amigo sabadellense que me llama con la acertada propuesta de ir a ver "Munich", de Steven Spielberg.
Sábado por la noche. Sentado en la butaca, una vez iniciada la proyección, la sala de cine se transmuta en una sala de control de tráfico y por pantalla van desfilando, en desmedido orden creciente de desvarío, selectas escenas captadas por las diversas cámaras de radar, apreciándose con todo lujo de diálogos, cómo se transgreden los límites de velocidad moral habidos. Y ya no digo "por haber" porque se intuye que no hay límite para los que viven la velocidad: viven deprisa, matan deprisa.
El guión Tony Kushner y Eric Roth, basado en el libro de George Jonas, es la sólida base sobre la que se erige la película. Sin embargo, sin haber leído el libro, apostaría a que el guión no se debe ajustar a la novela. Intuyo que el guión está hecho a medida de lo que Spielberg quiere contar en imágenes en el año 2005, año de elecciones presidenciales en Estados Unidos. Tras la primera andanada, "La Guerra de los Mundos", presentada el 4 de Julio, Spielberg se concentró en el rodaje de "Munich" pues la quería, y la tuvo, para el 23 de Diciembre: su particular pavo relleno de Navidad.
Sobre la base de los acontecimientos de Munich-72, punto de aceleración mediático de la causa palestino-israelí y por extensión de Oriente Próximo, Spielberg toma la cámara, aparentemente una cámara más de las muchas que cubrieron la información de los hechos pero, en contraste con la superficialidad de las cadenas televisivas supeditadas a la audiencia y a lo políticamente conveniente, la suya intenta profundizar en las circunstancias situándose, o intentándolo, en tierra de todos mientras sigue los pasos de un joven, dúctil y apasionado personaje protagonista cuyo parecido físico recuerda al de Spielberg en aquellos años. Vemos cómo palestinos e israelíes siguen las noticias por televisión y nos enteramos, igual que ellos, de la noticia oficial de que los rehenes se han salvado para, 'en off', oír cómo alguien comenta que "Habrá que avisar a los familiares". Esta idea de la 'mentira para ganar tiempo y calmar la llaga' se utilizará repetidamente durante la película de manera que cuando el protagonista, envuelto en dudas y recuperado practicante del mensaje 'Haz el amor y no la guerra', tan de la época, visualiza lo que ocurrió en el aeropuerto, las dudas, al menos las mías, se incrementan cuando se ve morir al palestino de gafas oscuras que el equipo, tras meses de trabajo y dos fallidos intentos, no ha conseguido eliminar, y el ánimo del espectador queda dispuesto para el diálogo en la escena en el parque infantil (que recuerda, si no lo es, al que aparece en una de las entregas de Terminator para describir la destrucción por hecatombre nuclear que dió origen a la trama de la serie cinematográfica), con el silencioso movimiento de cámara (para sacar las conclusiones sobran las palabras) hasta detenerse en el reconstruido digitalmente horizonte de Nueva York del año 1973: "Desde su concepción, magnificada por los medios de comunicación, véanse los hechos de Munich, la mentalidad de la ley del ojo por ojo, alimentada por el victimismo nacionalista, de unos y otros, ha llevado hasta la situación presente y ahí no va a parar". El pavo está servido, buen provecho y buena digestión.
Parece que la película no ha gustado a George Jonas, autor de 'Venganza', novela en la que se inspira el guión y ya adaptada en 1986 para televisión con el título de 'La espada de Gedeón'. Previsible. Munich no es una película superficialmente espectacular.
Tampoco ha gustado a judíos ni a palestinos. Buena señal, sólo faltaría.
Munich es una inmersión en la penumbra mental de quienes justifican la transgresión de los límites morales básicos de la convivencia, de quienes habiendo cometido una infracción no sólo la justifican sino que se presentan como víctimas. Un oscuro mundo en el que los heridos sentimientos nacionalistas buscan en un mafioso mercado la información que, al precio de la tarifa habitual y con el correspondiente recibo justificativo del gasto, conducirá a la puesta en órbita de quien ha estado hablando contigo hace unos minutos en el balcón del hotel o al clásico despliegue nocturno con patada en la puerta y eliminación sistemática de todos aquellos (sin descuento por número, cada uno según la tarifa habitual) que encajan con la foto que se lleva sujeta en la mira del fusil. Acciones planteadas como de extirpación quirúrgica de tumores tildados de cancerosos pero que acaban propiciando la multiplicación de cepas más virulentas que las eliminadas. Y cuando el desarrollo de la misión mina las convicciones, la rabia cede paso a la duda y la ciega pasión pide pruebas visibles. ¿Tarde, quizá?.
Munich combina en un nítido cinemascope la narración del 'thriller', del cine de espionaje, del melodrama, del documental y del cine político revulsivo. Hay las suficientes muertes como para poder dedicarles estilos específicos sin repetirse ni cansar al espectador. La cámara se sitúa en los puntos estratégicos del clímax para levantar acta notarial de los hechos, se mueve por lugares comunes como mudo observador de los acontecimientos y se balancea por los espejos retrovisores acrecentando las reflexiones y los reflejos para así potenciar el espíritu de "mirón", de 'voyeur', del espectador. Un mecanismo de relojería narrativa, arropado por una cuidada y camaleónica fotografía, que explota en el silencioso movimiento de cámara del final, sugiriendo tras de si que la rabiosa terna nacionalismo, victimismo, terrorismo se complementa políticamente con cinismo.
Can't you see
It all make perfect sense
Expressed in dollars and cents
Pounds shillings and pence
Can't you see
It all make perfect sense
¿No ves
que todo tiene su razón de ser?
Lo digas en dólares y centavos,
lo digas en libras, chelines y peniques.
¿No ves
que todo tiene su razón de ser?
Fragmento de 'Perfect sense' ("Amused to death", Roger Waters, 1992)
'Ojos que no ven, corazón que no siente'. Antes de la era audivisual, el mundo no estaba mejor que ahora, pero se sabía menos. No saber es como no ver y ello descarga de culpa. Ahora, con el despliegue de imágenes violentas que nos ofrece la televisión, nuestro sentimiento de culpa crece y aunque la realidad que nos ofrecen dichas imágenes es una realidad manipulada, por estar captadas en ambientes que no nos son familiares, la aceptamos como tal dado que estamos sumergidos en la cultura de la culpa. Como muestra un botón: 'Caché (Escondido)' de Michael Haneke.
El cine es el arte de la manipulación y no hemos de olvidarlo quienes nos situamos delante de una pantalla o quienes se ponen tras de una cámara. Michael Haneke lo tiene bien presente y procura que sus películas sugieran una duda, razonable, de la realidad que se muestra en la pantalla. Su segunda naturaleza, confiesa, es 'ver lo que no funciona' y afirma que el papel del cineasta es 'rascar donde duele, desvelar lo que no se quiere saber ni ver'.
Todos tenemos cosas que ocultar, manchas oscuras en nuestro pasado. Bueno, si no todos, al menos yo. Michael Haneke opina parecido: 'cada país tiene manchas oscuras, períodos en los que la culpabilidad individual entra en consonancia con la culpabilidad colectiva'.
Dentro del terreno de juego de la concepción judeocristiana de la vida, la culpa no está sola, la acompaña el miedo a perder. Haneke extiende sobre la pantalla la tesis de que cuando una familia (símbolo de la estabilidad, la voluntad y la satisfacción de construir) se siente amenazada también es capaz de agredir (el miedo a perderlo todo, o una parte, tiene un papel protagonista en nuestra sociedad). "Haríamos cualquier cosa por no perder nada", es una de las frases que se oyen en 'Caché'.
La persecución anónima que sufre el protagonista de 'Caché' es terriblemente cruel: un indicativo de que tras ella no hay complejo de culpa ni consideración de algo que perder, ergo, quien la aplica se ha encontrado con el camino trillado y el grano almacenado.
Haneke toma una familia burguesa tipo, la pone en la bandeja de la pantalla, efectúa unos leves cortes en la piel de los personajes y procede a la inmisericorde aplicación de sal y limón sobre las incisiones realizadas. Luego, con irredimible calma, procede a un parsimonioso horneado a fuego lento para que personajes y público se cuezan en su propio jugo. Un juego sencillo pero desasosegante.
El espectador no puede permanecer pasivo ante lo que está viendo: si su objetivo es sentarse, desconectar y dejar que la pantalla le masajee la retina, se ha equivocado de película ya que desde la primera toma fija hasta la última hay que estar ojo avizor y oído desplegado, cual avezado cazador, para captar los matices que dan lustre al oculto móvil de la historia ('el diablo se esconde en los detalles' y 'el lugar más seguro para un conejo es bajo la barriga del cazador' serían dos dichos populares que ayudarían a desentrañar el misterio de los videos anónimos). La trama se va construyendo a base de imágenes reales que se confunden con las imágenes de los videos que recibe el matrimonio protagonista. ¿Qué es tiempo real y qué es tiempo diferido?. ¿Qué es real y qué es ficción?. Poco importa, todo suma para desvelar los prejuicios que laten escondidos dentro y fuera, nuestro, en casa, en la calle. Y para realzar el efecto, se deleita en obsequiarnos con largas tomas fijas en las que la cámara queda quieta, posiblemente pasmada por lo que está aconteciendo, mientras el entorno capaz de hacerlo se mueve.
Hay quienes son increpados e insultados, más por ser de color que por ir en contra dirección.
Hay quienes son detenidos expeditivamente ante una sospecha razonable pero que luego no reciben ninguna disculpa cuando se ha comprobado que la supuesta sospecha razonable tan sólo era una sospechosa coincidencia racial.
Hay cabrones ocultos que se toman dos pastillas, cierran las cortinas y se acuestan a la espera de que amaine el temporal que ellos mismos han desencadenado con su huida.
Hay cabrones ocultos que se reúnen y hablan en las escaleras del instituto como si con ellos no fuese nada.
En 'Caché' se oculta una pausada historia de violencia, una violencia que aflora como consecuencia de salir por la tele y de vivir en mundos aparte a pesar de habitar en la misma casa o en la misma población. De nuevo, un aviso ante los posibles pasados que se arremolinan a nuestras espaldas.
Hola, aloh. Los comentarios y vivencias de un aficionado al cine, y a la música, que no puede ver todas las películas que le gustaría ni asistir a todos los conciertos que quisiera.