sábado, enero 21, 2006

La vida secreta de las palabras

Las palabras nos rodean, flotan, alrededor nuestro, en el aire, en un papel, en una valla... No es necesario ir, ellas vienen.

Doble sentido

He podido apreciar una sonrisa en aquellos a quienes les he comentado mi temor sobre si el contrato por mí firmado contemplaba una cláusula de donación de órganos. Por extensión, pienso que parecido habrá sido entre quienes lo han leído.

Sin embargo, era una seria reflexión sobre la extensión implícita de compromiso que se deriva, o que ciertos elementos aposentados en despacho infieren, de la firma de un contrato laboral: desde una apropiación del corazón hasta una extracción de hígado, pasando por una extirpación de riñón o bazo; todo depende de cómo te plantees el puesto de trabajo por el que un día estampaste una firma, y para que así conste, en seis copias.

Tras el tiempo transcurrido todavía recuerdo como muchos días, ocupación pasada, me veía en la tesitura de entrar a la oficina de lado, consecuencia derivada de la inflamación aguda de gónadas que llevaba encima.

Vacío

Conversación captada en el autobús, una mañana de esta semana, entre un grupo de estudiantes, chicas y chicos.

Una de ellas, explicaba: "Anoche, en casa viendo el último capítulo de 'Pasión de gavilanes', los demás pendientes y yo no paraba de decir que tal y tal escena ya la había visto; porque, claro, me había bajado el capítulo de internet. Lo que ocurre es que no me acordaba de lo que exactamente pasaba, sólo de las escenas".

¡Caramba!, pensé, vamos mal porque para la narradora y su público destino (yo era un invitado de piedra en la conversación, cortesía del transporte metropolitano) primaba más haber conseguido el capítulo que haberle prestado atención. Preocupante. También deduje que los comentarios 'ya lo he visto', no sólo no permitieron a la narradora "ver" lo que no había visto (precisamente, por haberlo visto ya) sino que, posiblemente, impidieron al resto de la familia prestar la atención deseada. Funesto.

Tamaño

Conversación captada en el autobús, otra mañana de esta semana, entre dos jóvenes estudiantes: uno hablaba y el otro, asentía.

"Si tienes ADSL lo importante es que el otro también tenga ADSL, cosa muy normal hoy, ya que la velocidad de la descarga la marca el más lento. Yo antes tenía el 'EMule' con el antifaz pero ahora se lo he podido quitar y en un fin de semana me puedo descargar, perfectamente, NN Gigas".

Su oyente natural asentía y, cuando oyó la cantidad de Gigas, de dos dígitos, abrió los ojos.

¡Caramba!, pensé, aquí prima la cantidad sobre el contenido.

Contexto

"¿Qué tal la tía?", me preguntó mi taquillera favorita en cuanto nos hubimos saludado.

Los comentarios que hizo mientras le comentaba que para la primavera se preveía el traslado a Castelldefels y que en las nuevas dependencias estaría mejor, además de tener vistas al mar, me alertaron: algo no encajaba.

Ella me había preguntado por mi nuevo trabajo "¿Qué tal la CIA?" (para ella he entrado en la CIA, lo de protección civil, a su entender, es una mera tapadera) y yo, atribulado por la reciente visita a mi tía, en la residencia dónde reside desde hace ya un año, había entendido "¿Qué tal la tía?", pregunta que, en contexto, estaba dentro del ámbito de nuestras conversaciones.

 

Las palabras tienen vida propia, más allá de quien las profiere, pues, indefectiblemente, el significado lo conforma quien las escucha no quien las oye.

 

Hola, aloh.

No pude hablar con mi taquillera favorita todo lo que hubiera deseado pues las puertas actuaban como válvulas arteriales que regulaban el flujo de público hacia la taquilla, haciendo que la fila ante la ventanilla palpitase mientras el portero distribuía a quienes a él llegaban con entrada, recomendándoles platea o anfiteatro, según fuese el caso.

No obstante, pude ver y hablar con un antiguo compañero de estudios, acompañado de la mujer y uno de los hijos. Los padres se declararon asiduos lectores de mi bimensual reseña cinematográfica (el bocadillo de la electrónica crónica epistolar) en la revista del colegio. ¡Caramba!, pensé doblemente impactado, tiempo hacía que no les veía y, además, ya sé de dos lectores.

Aparcado contra la ventanilla cerrada, observaba y seguía con atención los diálogos de los clientes con mi taquillera favorita: vida y milagros de quienes no se dan cuenta de que hay cola (el porterismo ilustrado, siempre presente), peticiones de carteles pasados, presentes y futuros (no todos los que piden agradecen), compra de entradas con llamada de móvil simultánea (roza lo circense), consulta de fechas de alguno de los estrenos de la semana (por preguntar que no quede), diálogos convencionales, diálogos simpáticos o diálogos amables. En esas, que una joven le comentó a mi taquillera favorita: "Sabías que eres su taquillera preferida". Salí de mi abstracción observadora y ví a la mujer de un amigo, abonado e-miliar a las crónicas, acompañada de su madre y su hija. "Favorita, favorita", maticé mientras saludaba a las tres generaciones femeninas de mi amigo. ¡Caramba!, pensé, si ella ha hecho este comentario, ya sé de otros dos lectores.

Hubo un momento de calma. La ventanilla aparecía despejada y me dispuse a continuar la charla con mi taquillera favorita. En esas llegó Pedro, un habitual de mi cine preferido. Traía una foto en la que aparece junto a Isabel Coixet, en Sitges-1999, edición en la que la directora formó parte del jurado del festival. Primero me contó la historia de la foto, luego me confesó su predilección por la obra de la directora (me permití comentarle las que había visto, resultó que le faltaba la más preciosista y vi cómo la anotaba mentalmente en su lista de pendientes) y acabó repitiendo el proceso, comentario de foto y reseña de películas, en edición completa, sin recortes, a mi taquillera favorita.

Allí los dejé, foto entrando y saliendo por la ventanilla, mientras me subía hacia el anfiteatro ya que el sonido que llegaba hasta mis oídos me indicaba que ya había empezado 'La vida secreta de las palabras', de Isabel Coixet.

Acabada la película, mi taquillera favorita siguió sentada en la butaca. Se giró hacia nosotros, quien parece su hermana sin serlo y este cronista que narra, y dijo: ¡Me ha gustado mucho!. No pude resistir el silencio que siguió a su confesión y comenté: "No sé quien inventaría esto de la cámara al hombro. Además de no saber a qué viene, me ha puesto nervioso. Si lo hacen para darle un tono documental tan sólo consiguen que piense que no han tenido medios para hacerlo mejor". Las dos, al unísono, me lanzaron una mirada síncrona y fulminante, a cuatro ojos vista, que me llevó al silencio inmediato a pesar de que tenía algún que otro comentario por hacer. Nuevamente, mi taquillera favorita nos miró como en el inicio del párrafo y reiteró: ¡Me ha gustado mucho! ¡Y punto!. A continuación se levantó y con las palabras "Me bajo que he de entregar unos objetos que han dejado en la taquilla" dejó zanjada la cuestión.

El peso del pasado lastra. Más cuando es horrible, espeluznante, sin sentido, ejercido inmisericorde por quienes hablan el mismo idioma y consentido por quienes ni tienen especiales intereses económicos en donde se desarrolla ni específicas cuestiones políticas con quienes lo ejercen. La muerte dejada atrás, la soledad como compañera y un traumatizante pasado vivido en el conflicto de los balcanes confieren al personaje de Hanna y, por extensión del título, a la película una componente de alto oleaje emocional que transporta al espectador, quien haya resistido los embates del vaivén de cámara al hombro en tierra firme y haya superado el otro yo de la protagonista (quiero suponer que en la versión en inglés la voz de la niña refugiada en el cuerpo de Hanna sea más llevadera), hasta el mundo interior del silencio que gotea de las palabras que nos rodean y que, como Josef, utilizamos para no sentirnos solos en la oscuridad que nos envuelve.

Aparte de la denuncia, también ofrece un atisbo de esperanza. Pasado el horror, la felicidad, o lo que más se le quiera parecer, puede empezar a dar sus primeros pasos cuando alguien decide afrontar la tragedia del pasado vivido encarando el presente con alguna opción de futuro, por incierto que éste sea: es cuestión de encontrar una prueba de vida.

Las escenas en la torre de extracción, sobre todo los diálogos y silencios en la habitación de la enfermería, confieren una estructura emotiva que levanta la película por encima de las olas de los defectos enunciables, las cuestiones opinables, ciertos personajes cuestionables o algún que otro diálogo prescindible. Partiendo del título y aposentada en la plataforma de las palabras y los silencios, Isabel Coixet erige, pieza a pieza, una hermosa, estremecedora y optimista torre que extrae emociones del fondo del océano más íntimo y las bombea hasta la superficie de la pantalla desde donde acaba impregnando la sensibilidad del público, en especial el femenino (véase la llamada al silencio que me fue dirigida ante la sola mención de una duda razonable en el aspecto formal de la presentación de la imagen). La edificación tiene sus altibajos, sin embargo, tan sólo es cuestión de ser paciente (la forma es coyuntural) y dejar que la trama fragüe (el fondo es sustancial).

Ya en el vestíbulo, me encontré con el matrimonio de la croisantería, clientes asiduos y residentes en la población. "Cineclub en sábado, está muy bien", comentó él. "Yo lo que no he acabado de entender es lo que pinta la oca en la torre de extracción", comentó ella. Mantuve un discreto silencio porque vi cómo se nos acercaba el "cinico" (así le llamo, sin acento, no porque, al menos que yo sepa, sea discípulo de la escuela cínica sino como atajo de "cinematográfico" dado que está siempre versado en el entorno del cine, tanto en la faceta artística como en la técnica) y estaba convencido de que esta pregunta, para él, sería más vado que bordillo doble. Efectivamente, sus palabras fueron (más o menos): "A raíz del accidente, la torre es clausurada pero el personal es destinado a otra torre de extracción en Chile. La compañía explotadora no pierde, lo que deja de extraer en ésta lo recuperará en aquella. Así que, 'de oca a oca y sigo porque me toca' ". A cuadros nos quedamos todos (puedo asegurar que no es fumador de tan siquiera lo legal pero a veces sus razonamientos parecen fruto de un desvarío inducido por agentes delirantes).

Un saludo desde el teclado.