sábado, febrero 04, 2006

Memorias de una geisha

Hola, aloh.
 

 

Prólogo

Final de mes. Primer tercio del período de prueba transcurrido. Trabajo atractivo y divertido, desde mi punto de vista, claro está. Nómina ingresada puntualmente.

Sin embargo, junto con la nómina ha llegado la tarjeta de fichar.

Con todo deseo viene una maldición.

 

 

Capítulo I: Viernes tarde y la valla Gracias a la disponibilidad de tiempo que ahora disfruto me personé el viernes a las 5 de la tarde en mi cine preferido. No había sesión ese día pero en cambio había rodaje. Mi amigo guionista había elegido la taquilla como localización para una escena de treinta segundos del largo en el que se halla embarcado.

Una hora más tarde no había aparecido nadie. Sin embargo, la valla que abarcaba toda la fachada del local, delimitada por dos decorativas señales de prohibido aparcar en horario de cine, me indicaba que aún no había llegado el equipo de rodaje: el espacio reservado para aparcamiento estaba expedito.

En el paseo central de la avenida, justo enfrente de la puerta de entrada, había una bohemia pareja de jóvenes que me dieron la pinta de ser del equipo de rodaje. Así pues, me dispuse a esperar acontecimientos.

La estrella del momento era el letrero, sujeto en la mitad del vallado, que informaba del motivo de la reserva de espacio. Muchos viandantes se acercaron hasta el letrero sólo para leer su contenido. Constatación del denominado porterismo de a pie.

Capítulo II: Viernes tarde y no he sido yo Ya pasaban de las 6 de la tarde cuando, desde el paseo central (me había cambiado de sitio para ir variando de posición), vi al jefe disponiéndose a entrar en el local. Le hice señas, me esperó y entramos juntos.

Me puso en antecedentes: llegarían en pocos minutos, se habían retrasado porque habían estado filmando una escena que había quedado ligeramente movida.

Mientras un guardia urbano recetaba un refresco del código de circulación a un vehículo aparcado sobre la acera, le comenté al jefe el éxito de la valla con los peatones.

"Ha tenido una buena ocurrencia al reservar la zona para los vehículos del equipo de rodaje", dije.

"No he sido yo. Ha sido la pareja de jóvenes de aquel banco. Esta mañana, bien temprano, ya estaban ahí con los arreos para ir vallando la zona conforme los coches se iban yendo. También se encargan de enseñar la autorización caso de ser requerida por la guardia urbana", completó.

Enfrente nuestro, el chico y la chica se contorsionaban para desentumecerse.

Sin necesidad de permisos, el frío también estaba instalado en la zona.

Capítulo III: Viernes tarde y las dos taquilleras Visto y no visto, llegó todo el mundo. Los técnicos de producción tomaban distancias, marcaban posiciones, medían la luz ambiente y verificaban que la escena se ajustase a lo indicado en el plan de rodaje. La taquilla fue adaptaba para la filmación. Un foco ocupó el sitio ante la segunda ventanilla. El armario de los carteles cedió su sitio a la cámara. La actriz que hacía de taquillera ocupó el sitio de mi taquillera favorita.

Mi amigo guionista también bebe vientos por mi taquillera favorita (no obstante, hay buen rollo entre nosotros tres) de ahí que no sólo intercalase el personaje en la película sino que negociase con el jefe para que la taquilla fuese precisamente la suya: no sólo quería captar con la cámara el espíritu del yo sino también el ambiente de las circunstancias.

Sin embargo, el cine es ficción y de mi abnegada taquillera favorita tan sólo estará la esencia: ni la actriz se le parece (bien quisiera ella), ni la situación se corresponde con ninguno de los momentos que hemos vivido.

Capítulo IV: Viernes tarde y el rodaje En cuestión de minutos me vi emparejado con una buena amiga de mi taquillera favorita (ella no quiso entrar al cameo que le fue ofrecido por el director) como extra con una cuba de palomitas en el regazo mientras hacíamos cola ante la ventanilla para comprar la entrada. Nuestro papel: llenar el campo de visión de la cámara. Toda una responsabilidad pues sólo faltaba que tuvieran que repetir la toma por causa nuestra.

Nos indicaron dónde ponernos, cómo comportarnos y qué decir al llegar a la ventanilla. También nos rellenaron el barreño de palomitas un par de veces dado que durante las pausas entre ensayos íbamos comiendo sin parar y el nivel quedaba fuera del campo de visión de la cámara. No es muy normal acercarse a comprar la entrada con las palomitas en el regazo pero ahora con la ley anti-tabaco en vigencia hay que matar los nervios de la espera de alguna manera y ésta es una muy nutritiva.

Capítulo V: Viernes tarde y los espontáneos En tres ocasiones entró gente de la calle hasta la ventanilla, colándose además de quienes estábamos en cola, para preguntarle a la taquillera de ficción, en pleno maquillaje o ensayo, los horarios de la última sesión del día.

Finalmente, en los momentos de rodaje, alguien del equipo se apalancó en la puerta para conjurar la entrada de los despistados espontáneos que no se fijaban en los grandes letreros que anunciaban el programa para el sábado y domingo.

Por mi parte, pie izquierdo sobre la marca que me habían fijado para mi posición, aproveché para deleitarme en la observación del fascinante conjunto de cuatro carteles que ocupaban las dos puertas que tenía ante mi: un póquer de enigmáticos blancos rostros que me observaban con unos turbadores ojos azules desde los transparentados carteles de 'Memorias de una geisha', de Rob Marshall.

Capítulo VI: Sábado noche y una duda razonable Sólo pude decir hola. Luego me aparté para permitir que mi taquillera favorita atendiese a quienes solicitaban entrada para la próxima sesión y así estuve hasta que, media hora más tarde, subí hacia el anfiteatro.

Con 145 minutos de duración, la película acababa a la hora habitual de comienzo de la sesión de noche. Entre los que salían, los que esperaban para entrar y los que querían comprar la entrada se montó un verdadero atasco. Mi taquillera favorita estaba en su salsa y no dudó en abrir la segunda ventanilla para que la amiga que estaba con ella en la taquilla le echara una mano en el despacho de entradas. De no ser por esta colaboración me parece que la sesión habría empezado con gente aún en cola ante la taquilla.

Me asaltó la duda sobre si tanta concurrencia había sido fruto del boca-oreja de quienes el día anterior habían visto el equipo de fimación en el cine. ¿La gente venía para ver la película o para ver si aún estaba el equipo de rodaje?.

Capítulo VII: Sábado noche y las memorias de una geisha En un principio, rendido ante el encanto de la novela de Arthur Golden en la que se basa la película, Steven Spielberg iba a ser el director. Suya es la siguiente declaración: "Desde el punto de vista cultural, era una de las historias más fascinantes con las que me había encontrado. Me conmovió enormemente la historia de amor, la rivalidad entre Sayuri y Hatsumono y la prueba de amistad entre el Presidente y Nobu. Pensé que los espectadores de todos los rincones del mundo quedarían fascinados porque no se trata simplemente de una leyenda japonesa sino de una historia que puede llegar a los espectadores de cualquier nacionalidad. Por lo menos, a mí me llegó".

Rob Marshall tomó el testigo de Spielberg y, supongo, también aplicó las pautas marcadas en su declaración (las palabras subrayadas en la cita). Resultado: un producto 'Made in Hollywood' que ha tomado el exotismo de la sociedad japonesa y ha aplicado la mejor fotografía a la nieve, los jardines y los nenúfares para obtener un espectáculo suntuoso, enkimonado, aterciopelado y, a ratos, folletinesco; con una banda sonora que embriaga los tímpanos con un lirismo multicultural (global, también se dice mucho ahora) , con algunos pasajes visualmente emotivos (por ejemplo, la escena de las lavadoras de kimonos) pero que deja en el limbo la esencia de las raíces culturales de la sociedad japonesa y el calvario que sufre la protagonista. ¿Quien está por el sufrimiento o las pasiones de los personajes cuando la imagen (paisaje, vestuario, lluvia, maquillaje) es tan bonita?.

Capítulo VIII: Sábado noche y el recuerdo de la infancia Mi taquillera y su amiga estaban sentadas a mi derecha. Tuve "¡oh, qué bonito!", para dar y regalar, aunque la mayoría los intercambiaron entre ellas; supongo que porque me consideraron (y, posiblemente, consideran) insensible a lo visualmente bello (no seré yo quien las saque de su pre-juicio; siempre va bien tener un as en la manga).

Particularmente me gustó más la etapa de la infancia (es casi un documental de lo universalmente adverso que resulta para un niño, en este caso niña, sobrevivir en el interesado mundo de los adultos) que la etapa adulta (no encontré ningún primer plano de Sayuri que me resultase más sugerente que la imagen del cartel; mal rollo para una película cuando los fotogramas no pueden superar a una imagen fija).

Capítulo IX: Sábado noche y los revuelos por carencia Parece ser que ha habido revuelo por el 'empleo' de actrices chinas encarnando a personajes japoneses. Por un lado, China y Japón no han sido unos vecinos bien avenidos, se han llevado como el perro y el gato, ahí están las actas levantadas por la historia. Puede que para Occidente, sobre todo el de la hamburguesa y el refresco, un chino y un japonés se parezcan pero ¿cómo veríamos una obra en la que un gato hace de perro o viceversa?.

Sin embargo, no es cuestión de considerar que al espectador (más al oriental que al occidental) se nos está dando gato por liebre (o pera por manzana, frutas también muy en boca ultimamente). El cine, la ficción cinematográfica, debiera estar por encima de la base real porque la imaginación ha de despegar de la pista de la realidad sin el lastre del pasado y conseguir superar las turbulencias que se generan cuando coinciden en el tiempo y en el espacio los intereses creados (sociales, políticos o religiosos --capaces ellos de organizar un revuelo mediático a meses pasados--) con las carencias culturales (generadoras de rebaños de ovejas a merced de los perros y de las tres clases de cerdos --incomprendida clasificación musical que aún se mantiene vigente en mi memoria desde que en 1977 Pink Floyd publicó su 'Animals'--).

Epílogo Mañana de sábado en el frontón. Coincidimos en el aparcamiento los dos amigos que ultimamente, por cuestiones de trabajo de los otros dos ausentes (uno embarcado en el rodaje de un largo y otro liado con el cambio de vivienda), asistimos. Siendo dos, jugamos tres porque el hijo mayor de mi amigo, joven adolescente, le ha encontrado esencia al frontón y viene siempre que el calendario de baloncesto se lo permite.

"Ayer hubo rodaje en mi cine preferido", comenté tras saludarnos.

"Lo sabía pero no pude asistir porque estuve fuera y volví poco antes de la medianoche", respondió mi amigo.

"Sin comerlo ni beberlo, acabé de extra... haciendo de cola ante la taquilla", complementé.

"¿Y te pagaron algo?", atajó su hijo.

"Un cubo de palomitas; en su punto además", maticé no sin percatarme que, mentalmente, primero buscó la equivalencia en euros de mi 'cobro en especie', para a continuación dictaminar interiormente que era muy poco dinero para las dos horas largas invertidas en el rodaje de los casi treinta segundos de la escena.

Nuevos tiempos, nuevos valores.

Días antes, una vecina me había comentado que cuando le preguntó a su nieta, adolescente con DNI reciente, que porqué no estaba ayudando a sus padres en el puesto de congelados de su tía (como la tía estaba en el hospital acompañando a la abuela, los padres se habían repartido entre su parada y la de la tía), su respuesta había sido: "Ni hablar, no me iban a pagar".

Nuevas generaciones, nuevas memorias.

 

Un saludo desde el teclado.