sábado, octubre 28, 2006

El diablo viste de Prada

Título original Año Estreno Dirección País Duración
The Devil wears Prada 2006 6 Octubre 2006 David Frankel USA 109 min.

 

Hola, aloh.

Versión cinematográfica de la novela publicada hace tres años, traducida a 27 idiomas y con ventas millonarias (20 millones de ejemplares). La autora de la novela, Laura Weisberger, soñaba con ser columnista de "The New Yorker" y dejó de dormir cuando se convirtió en la asistenta personal de Anna Wintour, directora de la edición estadounidense de la revista "Vogue". Novela y película se presentan como un ajuste de cuentas de esta joven reportera hacia su jefa, una veterana periodista pintada como tirana, exigente y caprichosa, o sea, de desmesurada ambición personal y desmedido desprecio hacias sus colaboradores.

Como siempre, hay que leer entre líneas, oír discriminando la portadora y ver entre la neblina de lo inducido (comentarios y bulos): ni la jefa es tan malvada, ni la asistenta es tan buena persona, que en el mundillo laboral hay mucho tópico típico, sobretodo en los entornos artístico y moda. Meryl Streep, la actriz que interpreta al diablo de la pradera Miranda Priestly, enriquece esta apreciación con su comentario: "Si pido un café durante el rodaje de una película, la solicitud pasa por diez personas y, cuando llega a la última lo hace acompañada de todos los mitos sobre mí, además de si lo quiero con azúcar o edulcorante, con leche o crema. Conclusión: esa persona está aterrorizada cuando llega ante mi presencia, y yo sólo había pedido un café".


Antes

Después

Antes

después
... y siempre
Si Meryl Streep se viste de Prada para personificar al diablo más divino, Anne Hathaway no se arredra ante semejante personificación y le pone redaños a su actuación, manteniendo elegantemente el equilibrio sobre la tabla de su personaje por encima de la olas de la estela de su divina jefa: actriz experimentada para el personaje que más sabe por viejo que por diablo y actriz joven para el personaje que quiere labrarse un huertecito en el poblado bosque del arribismo más finolis, la memez con glamur y los modelos, tejidos o paridos, de marca.

La película ofrece una presentación cinemascope para una trama "tufoscope", plagada de personajes que intentan disimular con perfumes, ropas y complementos de marca el tufillo de baja moral que emanan. El guión reparte candela para todos, pantalla y butaca, porque en esto de las apariencias y la distinción hay pocos que se salven (tanto vale para una directora de revista de modas como para el director de una empresa de ingeniería, tanto para la depreciada segunda asistente de la directora de moda como para el despreciado técnico de campo, sólo es cuestión de establecer analogías entre pedanterías, mamonerías y demás tonterías). David Frankel barre para casa y aplica un tratamiento televisivo a la función, de este modo consigue moverse como pedro por su casa y acerca la situación al espectador objetivo, más habituado a la dinámica televisiva que a la cinematográfica, que tele se ve cada día y cine cuando se tercia (terciar: dicho de una cosa o de la oportunidad de hacerla: presentarse casualmente).

Al comienzo, la preparación de mujeres para revista despista (pies, manos y rostros se suceden ante el espejo y la cámara, todos ellos aparecen como desconocidos para quien está al otro lado de la pantalla). Al final, la trayectoria crítica se tuerce al tomar el sendero moralista. Sin embargo, el cuerpo central mantiene el pulso crítico con habilidad y el buen hacer de las dos protagonistas deja poso: la película merece ser vista, aunque sólo sea por ellas o por presenciar cómo y porqué un apetitoso entrecot acaba en el fregadero.

Un saludo desde el teclado.