domingo, abril 24, 2005

Código 46

Hola, aloh.
 

Noche de primeros de diciembre en Sitges. No es hora para que sea noche cerrada pero el Festival Internacional de Cine de Cataluña Sitges-04 no puede evitar que a las 19:00 de un 5 de diciembre esté oscuro, desapacible, ventoso y con amenaza de lluvia. Todos ellos, convidados no deseados, amenizan la espera de los que nos encontramos en fila para entrar al Auditori. Al menos, las iluminadas vallas del festival alivian el desespero entreteniendo la vista de quienes también gustamos de las imágenes estáticas de los carteles mientras soy testigo presencial de quien llegará primero, si la apertura de puertas o la lluvia.

Ya en el Auditori, busco un asiento en el que ubicarme mientras voy bajando por el lateral izquierdo descartando los pocos que están libres. Me lo pienso demasiado y cuando quiero darme cuenta estoy en la segunda fila y con escasas posibilidades de encontrar sitio en filas posteriores. No sé qué ha pasado con el tiempo pero ya empieza a sonar el timbre que anuncia el inminente comienzo de la sesión. Así, como acto reflejo, tomo asiento en la segunda fila a dos butacas del lateral izquierdo ya que más centrado no queda sitio. Para cuando suena de nuevo el timbre y las luces empiezan a palidecer, todos los asientos están ya ocupados. No tengo opción a rectificar y comienza la proyección de 'Código 46', de Michael Winterbottom.

Un farragoso texto jurídico informa que la clonación humana y la fecundación 'in vitro' están a la orden del día. La concepción clásica, o natural, ha quedado relegada a un acto artesano y casi ilegal dada la dureza de la normativa genética vigente que sólo autoriza las relaciones entre individuos con el ADN compatible; de no ser así, se incurre en una violación del código 46. En este futuro próximo ya no se utiliza DNI o pasaporte, los habitantes de este mundo global, bueno, mejor dicho, unos pocos afortunados, disponen de una póliza de seguro que garantiza su control y les permite viajar. Quienes no poseen visado, no pueden salir y si no consiguen un seguro de residente acaban malviviendo en las afueras de las grandes ciudades de las que han sido expulsados. El gobierno se reserva la potestad de borrar parte de la memoria de aquellos ciudadanos que considere recuperables para la causa en función de su historial y de la gravedad de la infracción cometida.

'Código 46' no es una película de ciencia-ficción al uso. En las manos de Winterbotton la historia se convierte en una crónica de posibles acontecimientos futuros en el seno de unos personajes que viven en un mundo sin efectos especiales, construido con retazos de realidad en un intento de hacerlo más creíble. En este futuro posible se desarrolla una melancólica y amarga historia de amor, a contrareloj, entre dos personas de ambientes sociales muy distintos en el entorno geométrico, decadente, frío y triste que delimita la arquitectura y la concepción urbanista de la ciudad.

Recuerdo que las imágenes del comienzo, cuando William llega al aeropuerto de Shanghai y se dirige hacia el control de entrada a la ciudad recorriendo autopistas vacías por terrenos desiertos, me fascinaron. Además, estar en segunda fila ante la enorme pantalla del Auditori con una película en cinemascope hacía que el lado derecho de la pantalla resultase tan lejano y próximo como las imágenes y situaciones que por allí desfilaban. Luego, la presencia de Samantha Morton, tan inquietante como en 'Minority Report' (2002, Steven Spielberg), con unos primeros planos que recrean su futurista rostro de perdidos ojos azules en tránsito desde el sueño a la realidad, complementan las imágenes de una ciudad nocturna en la que impera el aislamiento y la soledad cuando se supone que el acero, el cristal y el hormigón han de conformar el fortín que delimita un mundo feliz. Sin embargo, la historia acaba escapándosele de entre los dedos al guionista, Frank Cottrell Boycey, y el director está más concentrado en hacer una obra de autor (encuadres, iluminaciones y primeros planos) que en hilvanar los flecos que acaban dispersando una historia y una narrativa prometedoras para devenir en la confirmación de director inclasificable que Winterbottom se está cincelando ultimamente.

'Código 46' no lo tiene fácil. Queda muy lejana para el público que va al cine con la cabeza de pensar entre la bolsa de palomitas y el vaso de bebida. No acaba de llegar para el público que gusta de las historias futuristas. Y se pierde por el camino para aquellos que se adaptan a la historia que se está contando. Sin embargo, ofrece una componente visual atractiva y sugerente con un punto de agria crítica social (para todos aquellos anodinos privilegiados que, como William, no son capaces de apreciar lo que tienen) y resulta una buena opción para verla en versión original ya que está hablada en una jerga que mezcla inglés, francés, español y chino. Además, hay un cameo de Mick Jones, ex-miembro de The Clash, cantando en un karaoke 'Should I Stay or should I Go' (dilema, por descontado, aplicable por el contexto de la acción a cualquiera de los dos protagonistas que no al espectador).

Un saludo desde el teclado.