viernes, mayo 19, 2006

El código Da Vinci

Título original Año Estreno Dirección País Duración
The Da Vinci code 2006 19 Mayo 2006 Ron Howard USA 149 min.

 

Hola, aloh.

Bajo el auspicio director de Ron Howard, 'El código Da Vinci' ha saltado de la letra impresa de Dan Brown a la imagen cinemascope. Estreno en cines, salas y multisalas.

La novela ha levantado millonarias ventas y controversias, todo ello en un flagrante caso de fagocitosis simbiótica. La película busca participar en el sarao, que ya se sabe que dinero llama a dinero, y por si no hubiese bastante con los que ya estaban eclesiásticamente negros de protestar, ahora, a rebufo del estreno, hasta una organización de albinos se ha sumado a las protestas.

¡Ladran, luego cabalgamos!, independiente de si corresponde al Quijote o a la libre interpretación que de dicha obra hace Unamuno, concretamente, en "Vida de don Quijote y Sancho", es lo que aplica en este caso. Todos se apuntan al sarao. Unos hacen, aquellos protestan, estos leen y, es de esperar, que todos los demás pasen religiosamente por taquilla.

La crónica se plantea sencilla ya que no se requiere mucho texto para disertar sobre lo que no deja de ser un caramelo pinchado en un palo, se llame comercialmente 'Chupa-Chups' o 'El Código Da Vinci': entretiene la boca, castiga los dientes y carga el estómago pero, eso sí, entretiene que es un contento y, además, permite guardar registro contable de los momentos dedicados con tan sólo atesorar los palitos.

La historia, desprovista de la sotana de la controversia, queda en una trama de investigación deductiva que cuenta con el maravilloso apoyo de unas imágenes que ayudan a la interpretación y asimilación del críptico misterio. Las localizaciones y, sobre todo, las escenas de reconstrucción de los momentos pasados, templarios y concilios, sustentan el pausado devenir de una investigación marcada por el diálogo deductivo (no todo el mundo sentado en una butaca está para mucho pensar, y más si se tratan de disgresiones artístico-religiosas, por ello las escenas de recreación histórica intercaladas, en especial el puntazo de la que representa el primer concilio, cohesionan el recorrido investigador y sitúan al espectador).

Otra cuestión son los actores, los artistas visibles de la función. Hay un buen reparto de nombres pero el resultado no está en consonancia, sin embargo, siendo positivista, quizá lo hagan ex profeso para añadir una pizca de misterio al conjunto o para no desentonar con la línea argumental. Posibilidad ésta que, de ser cierta, no dejaría de ser elogiable profesionalmente.

El guión de Akiva Goldsman salva la papeleta y es de agradecer que haya dejado el final en el punto óptimo, sin el desangelado epílogo de la novela original, resultando una historia con el estilo y todos los ingredientes del suspense tradicional que hacen que la película funcione como relato de entretenimiento.

Ron Howard, director hábil y moderado, orquesta el flujo del relato según su estilo: andante moderado en la primera mitad y hábil engatusamiento durante la segunda para acabar con una cámara que cae por su propio peso desde pie de calle hasta el profundo secreto, sin romper cristales ni trabarse entre los radios que sostienen las piramidales cristaleras que representan lo masculino y lo femenino.

Y todo lo demás, es polémica. Y para la polémica, el sofá de casa no la butaca del cine.

Un saludo desde el teclado.

La imagen

El maduro simbologista y la joven criptógrafa, vertientes masculina y femenina, clásica y contemporánea, se encuentran ante el establecido historiador interesado. Lo clásico y lo contemporáneo tienen a sus espaldas el arte y la cultura. El interesado historiador, encorvado por el paso del tiempo y el peso del conocimiento, los intimida apoyado sobre sus dos bastones, muletillas de maestro torero que le permiten dar capote ora a los que embisten al rojo, ora a los que embisten al púrpura pero no ambos simultáneamente, si bien está comprobado, y lo establecido es consciente de ello, que siempre hay quien embiste a todo trapo que se agite ante su cara a poco que le tape sus convicciones. No es el caso de los que tiene en frente pero puede ser el caso de quien observa la escena.

Maduro simbologista, joven criptógrafa, interesado historiador o manipulado observador: lector-espectador, ¿quién de los cuatro eres?.